Semana cero
Querido diario:
De nuevo en la sala de espera de la clínica de fertilidad. (Suspiro).
Intento actuar normal. Me viene el recuerdo de hace seis meses en ese mismo lugar: nuestro primer intento, los altibajos hormonales y la pena posterior de que el resultado no fuera exitoso. Desde entonces no había querido hablar del tema ni de empezar de nuevo. Hasta ahora.
Borro los pensamientos y decido echarme un café (quién sabe, quizás próximamente tenga que reducir la dosis de cafeína). En esos sitios privados hay hasta máquinas de café gratuitas, qué menos (con lo que cobran…). Me sirvo uno.
Ni qué decir que finalmente termino con parte del café en mi vestido y con la boca quemada por esa lava del demonio que me ha servido la máquina. Mi marido me mira de reojo negando con la cabeza. Con lo mona que me había puesto esa mañana. En fin.
Pasamos a la consulta. Había solicitado la misma ginecóloga que la vez anterior, ya tenía confianza y ya conocía mis nervios y mis preguntas constantes. Ahí estábamos de nuevo. Ya habíamos hablado vía email y había estado con anticonceptivos las semanas previas para programar el ciclo y «dormir» a los ovarios y tenerlos controlados.
De nuevo ecografía (cómo no, aunque esté todo bien si entras a una consulta de ginecología sin abrir las piernas parece como sino hubieses ido). Ovarios correctamente dormidos, suspendamos anticonceptivos y empecemos con medicación para ponerlos en marcha. (Suspiro).
Me dan las indicaciones… y menos mal que, aunque las conozca, me las apuntan en papel y cómo utilizarlas, porque aún estoy asimilando que empezamos de nuevo.
Al salir de la consulta acabo lo que me queda de café. ( Mi marido al verme: «no tienes remedio» y me coge de la mano).
Venga, vamos a por este intento.