Semana 23

19/12/2022

Querido diario:

Siempre había pensado que un embarazo era mas o menos difícil. Y no me equivocaba. Estas dos últimas semanas me está costando un poquito más cada día. Pero no llegaba a imaginar cómo era esto.

Te noto cada día, a distintas horas (qué caprichosa eres baby, cómo te mueves cuando pico algo de chocolate).  Y cómo no, cómo te mueves también al tumbarme por la noche con ganas de dormir, ahí es cuando te gusta saludar más.

La verdad que esa es la parte bonita. Sin embargo, ahora el estar sentada me mata. Al levantarme me duele la zona sacra y a veces se me irradia el dolor a la pierna derecha, sin contar los nuevos andares de pato antiálgicos… Al acostarme no puedo ponerme boca arriba ni cinco minutos porque me entra una sensación asfixiante: obligadamente toca dormir sobre lado izquierdo. Sumemos a esto pequeños calambres en las piernas, algo similar a unas piernas inquietas mezclados con verdaderos calambres en las pantorrillas.  

La pancita cada día crece más y mi ombliguito no está como siempre. A veces me encuentro rascándome la piel y rápidamente intento echarme crema para evitar las temidas estrías. Los sueños siguen siendo mas o menos vívidos a diario y cuanto menos, curiosos. Y las piernas al final del día tienen la marquita hecha de los calcetines, (lo que se traduce después en aumento de la frecuencia en ir al baño).

Además, también me siento un poco sola. Pienso en mí misma antes del embarazo y creo que no llegaba a comprender realmente qué es estar en este estado. Y creo que algo similar le tiene que suceder a mi chico “todo lo que notas es normal”. Me dan ganas de matarlo cuando dice eso. Pero claro, no comprende lo que es vivir/notar todo esto.

Dentro de mi “estado de normalidad” y cosas “esperables” la sociedad no me había preparado para esto. De momento y de forma ocasional, durante un minuto aproximadamente aparece alguna contracción de Braxton – Hicks.  De acuerdo que no duelen, pero son sensaciones dentro de una misma que cuesta un poco asimilar.

En definitiva, cuesta adaptarse.

Y a pesar de todo esto, me empeño en intentar ponerme algún tacón para sentirme guapa, pintarme los labios de rojo y salir a la calle con una sonrisa puesta. Eso sí, tengo que volverme antes a casa, muy a mi pesar para reposar, echando de menos esa copita de vino que no he podido pedir o esa tapa que está prohibido tomar.

Bienvenidos a la “nueva normalidad”.